Como valuador de obras de arte y en el tiempo que he tenido la
dicha de estar en contacto, y digo literalmente “en contacto” con las obras de
arte, he tenido la fortuna de valuar obra tan diversa como tallas en madera, o
marfil, arte producido en oriente u occidente, he valuado a algunos de los
“viejos maestros” como los clasifican las grandes casas subastadoras, he
valuado a impresionistas, artistas contemporáneos, muebles antiguos y desde
video arte hasta plata colonial.
En este día a día me he dado cuenta que al valuar una pieza entra
en juego una disyuntiva dialéctica entre los valores non-pecuniaria, los cuales
intervienen indirectamente en la fijación de un valor, categorías de tipo
estético, histórico, social, artístico, entre otras que deben ser tomadas en
cuenta por todo valuador, características que agregan de una u otra forma valor
a la obra y que influyen para llegar al justo precio del mercado, y es en esta
empresa que la investigación de la obra va tomando forma.
Todas las experiencias obtenidas de esta actividad son magnificas,
enriquecedoras y sin menoscabo de ninguna pieza, pues soy fiel creyente de la
existencia del arte per se. No obstante lo anterior, nada me ha producido tanto
interés que el arte realizado en la ahora lejana Nueva España, sí, esos tres
intensos siglos (XVI, XVII y XVIII) en México. Más aun, dentro de todas las
nobles artes, artes mayores, artes aplicadas, etc., la pintura en especial
provoca en mí un interés que no obtengo de ninguna otra expresión artística. Será por lo prolífico de su producción, por lo enigmático de sus
claro-oscuros, o por los retos que presupone incurrir en textos que hablen de
estas pinturas, lo cierto es que por el simple hecho de existir a doscientos
años o más, ya me parece respetable que sigan en pie, o mejor dicho asidas a
una pared. Sobre todo aquellas obras que por no haber estado firmadas
“Cabrera”, “Villalpando” o “Juárez” han sido destinadas al menosprecio de su
innegable buena factura. O peor aun, aquellas obras que por carecer de firma
alguna, han sido hacinadas al anonimato, con todas las implicaciones que una
obra “anónima” puede padecer.
En mi quehacer profesional que como ya mencioné, tiene como fin
último asignar un precio a las obras de arte, ha significado un interés
particular encontrarme con obra perteneciente a este periodo, de tal suerte que
he dispuesto especial atención a la investigación de estas piezas, sobre todo
después de haber notado lo complicado que resulta acertar con información vinculada
con este periodo artístico y que esta relacionada con alguna firma desconocida,
lo que me ha llevado a pensar que no le hemos puesto suficiente atención a su
estudio.
Me veo obligado a aclarar, antes de continuar, que respeto en
sobremanera a todos los investigadores, historiadores y personas que han
destinado importante parte de sus vidas a dilucidar los complicados vacíos que
existen en cuanto a este tema. Sin embargo, y continuando con mi particular
punto de vista, la insuficiente disposición a la que me refiero, esta adscrita
a las instituciones en primer grado y en segundo, a la sociedad en su conjunto,
pues nos hemos conformado durante décadas con la valiosa pero aun insuficiente
publicación de resultados de investigaciones de artistas prolíficos y bien
conocidos por todos los que estamos en este orbe del arte novohispano.
Salvo casos extraordinarios, los libros de algunos investigadores
que han elegido transitar por el intrincado camino del escrutamiento de
documentos, actas, memorias, testamentos, etc., nos han proveído de valiosa
información de las ahora llamadas firmas menores; la mayoría de los libros que
podemos encontrar en bibliotecas y librerías, están destinadas a tratar y
re-tratar las vidas y obras de los “Consagrados-Muertos”.
Me refiero a todos estos libros enormes de excelente calidad de
impresión y fotografías maravillosas que estimulan nuestra vista y evidencian nuestra
debilidad consumista, pero que poco o nada suman a nuestro conocimiento
histórico artístico. Y no es que menosprecie la hechura de estos productos, en
lo absoluto, pues su producción esta bien justificada por la relevancia que en
su tiempo tuviese el artista, lugar u obra en cuestión, si no que pudiese
representar un detrimento del cumulo de capital humano, financiero e
intelectual invertido en algo que es ya de todos sabido.
En investigaciones se han registrado más de una treintena de
artífices activos en los siglos XVI, XVII y XVIII, de los cuales poco o nada se
sabe. Artistas que, bajo la consideración de especialistas en la materia,
merecieran ser reconocidos, publicados y valorados al mismo grado que lo
hacemos con otros pintores de su época. De no ser por las ahora casi obsoletas
investigaciones del maestro Manuel Toussaint y otros ilustres investigadores,
no tendríamos ni el menor atisbo de luz respecto de estas personas y su obra.
Pudiera justamente el lector preguntarse si a caso no se ha pasado
por alto algún libro, algún nombre de investigador, o alguna institución que
esté urdiendo dicha investigación. Pues bien, he de decir que si existe, a eludido
mis búsquedas pues he visitado las instituciones culturales, públicas,
privadas, religiosas y particulares sin hasta ahora encontrarme con tan
afortunada congregación.
Es por todo esto que he decidido, pese a mi ignorancia y mis
limitaciones, poner manos a la obra al respecto. Bajo el precepto de: “Mas vale
hacerlo que no hacerlo, pues nada se pierde y al contrario se puede ganar
mucho” he resuelto adentrarme en ese universo casi in-expugnado de la pintura
novohispana, mas puntualmente en las firmas y nombres no reconocidos como “grandes
pintores novohispanos”, claro está, sin olvidar también a las obras anónimas
que han esperado cientos de años para ser atribuidas y reconocidas. Para tal efecto, he dispuesto recopilar tantos textos como sea
posible, tantas imágenes como pueda (impresiones, digitales y fotografías),
tanta información de la que se haya escrito como pueda.
He dispuesto también, una vez obtenido el puzzle, ordenar y
cotejar los datos obtenidos pues no pocas veces he hallado en libros obras
atribuidas a determinado autor, la cual aparece atribuida a otro artista en
distinto libro, títulos cambiados, ubicaciones inexistentes o que han cambiado
de dirección, información tan inverosímil como fechas de ejecución post-mortem,
o fichas técnicas de anónimos donde la firma es más que evidente.
Se bien que la
empresa no es pequeña, pues la producción pictórica de los siglos XVI al XVIII fue
copiosa; mas sinuoso será el ejercicio de catalogar, medir, fechar, etc., no por el arduo trabajo que esto representa, si no por los permisos que
habrá que adquirir para entrar, descolgar y manipular obras de lugares tan
diversos como casas particulares, museos, iglesias, parroquias, etc.
Publico este ensayo a fin de apelar a su interés y su apoyo moral,
pues estaré compareciendo ante este espacio a razón de informarles los avances
de este designio. Acaso se encuentra entre los lectores alguno que ame tanto
este periodo pictórico que quisiese unirse a esta cruzada, bienvenido sea, pues
la sola actividad de medir y tomar notas, de subir y bajar andamios para
alcanzar aquellas obras situadas en las cúspides de los retablos, de capturar y
retomar observaciones a la obra, etc., ya se vislumbra ardua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario