21 de noviembre de 2012

Iniciando un proyecto


Como valuador de obras de arte y en el tiempo que he tenido la dicha de estar en contacto, y digo literalmente “en contacto” con las obras de arte, he tenido la fortuna de valuar obra tan diversa como tallas en madera, o marfil, arte producido en oriente u occidente, he valuado a algunos de los “viejos maestros” como los clasifican las grandes casas subastadoras, he valuado a impresionistas, artistas contemporáneos, muebles antiguos y desde video arte hasta plata colonial.



En este día a día me he dado cuenta que al valuar una pieza entra en juego una disyuntiva dialéctica entre los valores non-pecuniaria, los cuales intervienen indirectamente en la fijación de un valor, categorías de tipo estético, histórico, social, artístico, entre otras que deben ser tomadas en cuenta por todo valuador, características que agregan de una u otra forma valor a la obra y que influyen para llegar al justo precio del mercado, y es en esta empresa que la investigación de la obra va tomando forma.

Todas las experiencias obtenidas de esta actividad son magnificas, enriquecedoras y sin menoscabo de ninguna pieza, pues soy fiel creyente de la existencia del arte per se. No obstante lo anterior, nada me ha producido tanto interés que el arte realizado en la ahora lejana Nueva España, sí, esos tres intensos siglos (XVI, XVII y XVIII) en México. Más aun, dentro de todas las nobles artes, artes mayores, artes aplicadas, etc., la pintura en especial provoca en mí un interés que no obtengo de ninguna otra expresión artística. Será por lo prolífico de su producción, por lo enigmático de sus claro-oscuros, o por los retos que presupone incurrir en textos que hablen de estas pinturas, lo cierto es que por el simple hecho de existir a doscientos años o más, ya me parece respetable que sigan en pie, o mejor dicho asidas a una pared. Sobre todo aquellas obras que por no haber estado firmadas “Cabrera”, “Villalpando” o “Juárez” han sido destinadas al menosprecio de su innegable buena factura. O peor aun, aquellas obras que por carecer de firma alguna, han sido hacinadas al anonimato, con todas las implicaciones que una obra “anónima” puede padecer.



En mi quehacer profesional que como ya mencioné, tiene como fin último asignar un precio a las obras de arte, ha significado un interés particular encontrarme con obra perteneciente a este periodo, de tal suerte que he dispuesto especial atención a la investigación de estas piezas, sobre todo después de haber notado lo complicado que resulta acertar con información vinculada con este periodo artístico y que esta relacionada con alguna firma desconocida, lo que me ha llevado a pensar que no le hemos puesto suficiente atención a su estudio.

Me veo obligado a aclarar, antes de continuar, que respeto en sobremanera a todos los investigadores, historiadores y personas que han destinado importante parte de sus vidas a dilucidar los complicados vacíos que existen en cuanto a este tema. Sin embargo, y continuando con mi particular punto de vista, la insuficiente disposición a la que me refiero, esta adscrita a las instituciones en primer grado y en segundo, a la sociedad en su conjunto, pues nos hemos conformado durante décadas con la valiosa pero aun insuficiente publicación de resultados de investigaciones de artistas prolíficos y bien conocidos por todos los que estamos en este orbe del arte novohispano.




Salvo casos extraordinarios, los libros de algunos investigadores que han elegido transitar por el intrincado camino del escrutamiento de documentos, actas, memorias, testamentos, etc., nos han proveído de valiosa información de las ahora llamadas firmas menores; la mayoría de los libros que podemos encontrar en bibliotecas y librerías, están destinadas a tratar y re-tratar las vidas y obras de los “Consagrados-Muertos”.

Me refiero a todos estos libros enormes de excelente calidad de impresión y fotografías maravillosas que estimulan nuestra vista y evidencian nuestra debilidad consumista, pero que poco o nada suman a nuestro conocimiento histórico artístico. Y no es que menosprecie la hechura de estos productos, en lo absoluto, pues su producción esta bien justificada por la relevancia que en su tiempo tuviese el artista, lugar u obra en cuestión, si no que pudiese representar un detrimento del cumulo de capital humano, financiero e intelectual invertido en algo que es ya de todos sabido.



En investigaciones se han registrado más de una treintena de artífices activos en los siglos XVI, XVII y XVIII, de los cuales poco o nada se sabe. Artistas que, bajo la consideración de especialistas en la materia, merecieran ser reconocidos, publicados y valorados al mismo grado que lo hacemos con otros pintores de su época. De no ser por las ahora casi obsoletas investigaciones del maestro Manuel Toussaint y otros ilustres investigadores, no tendríamos ni el menor atisbo de luz respecto de estas personas y su obra.

Pudiera justamente el lector preguntarse si a caso no se ha pasado por alto algún libro, algún nombre de investigador, o alguna institución que esté urdiendo dicha investigación. Pues bien, he de decir que si existe, a eludido mis búsquedas pues he visitado las instituciones culturales, públicas, privadas, religiosas y particulares sin hasta ahora encontrarme con tan afortunada congregación.



Es por todo esto que he decidido, pese a mi ignorancia y mis limitaciones, poner manos a la obra al respecto. Bajo el precepto de: “Mas vale hacerlo que no hacerlo, pues nada se pierde y al contrario se puede ganar mucho” he resuelto adentrarme en ese universo casi in-expugnado de la pintura novohispana, mas puntualmente en las firmas y nombres no reconocidos como “grandes pintores novohispanos”, claro está, sin olvidar también a las obras anónimas que han esperado cientos de años para ser atribuidas y reconocidas. Para tal efecto, he dispuesto recopilar tantos textos como sea posible, tantas imágenes como pueda (impresiones, digitales y fotografías), tanta información de la que se haya escrito como pueda.

He dispuesto también, una vez obtenido el puzzle, ordenar y cotejar los datos obtenidos pues no pocas veces he hallado en libros obras atribuidas a determinado autor, la cual aparece atribuida a otro artista en distinto libro, títulos cambiados, ubicaciones inexistentes o que han cambiado de dirección, información tan inverosímil como fechas de ejecución post-mortem, o fichas técnicas de anónimos donde la firma es más que evidente.



Se bien que la empresa no es pequeña, pues la producción pictórica de los siglos XVI al XVIII fue copiosa; mas sinuoso será el ejercicio de catalogar, medir, fechar, etc., no por el arduo trabajo que esto representa, si no por los permisos que habrá que adquirir para entrar, descolgar y manipular obras de lugares tan diversos como casas particulares, museos, iglesias, parroquias, etc.

Publico este ensayo a fin de apelar a su interés y su apoyo moral, pues estaré compareciendo ante este espacio a razón de informarles los avances de este designio. Acaso se encuentra entre los lectores alguno que ame tanto este periodo pictórico que quisiese unirse a esta cruzada, bienvenido sea, pues la sola actividad de medir y tomar notas, de subir y bajar andamios para alcanzar aquellas obras situadas en las cúspides de los retablos, de capturar y retomar observaciones a la obra, etc., ya se vislumbra ardua.

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