20 de marzo de 2012

Vírgen de Guadalupe



Controvertida cual más, en sus ojos se denotan los días de una mujer de dieciséis a veinte años, además de un hombre barbado, claro, ya muy en los adentros de su retina.

Tan cósmica como su manto que advertía el firmamento del horizonte Tepeacac. “Misionera de la urde ibérica” dícese de sus detractores, y aun más sabido “Milagro Mariano” por cual menor de sus fans de aquí y ahora o de más de cuatrocientos años quien hubiese roto sus rodillas en sangre sin pensarlo para llegar a ella.

Mixta al óleo, temple o aguazo sobre lo que algunos dicen, manta de palma y otros de maguey; obra en gracia del Dios supremo que hasta por aquél artífice avezado se hallase visto pintándola en el cielo o por un indio del cual sabemos respondía al nombre de Marcos, pues hasta de Simone Martini le han hallado reminiscencias, nadie atina al acuerdo generalizado.

No poco aludida pues desde Zumárraga hasta Toussaint pasando por Cabrera y por cuanto crítico e historiador cual furcia cortesana intriga ha minado la curiosidad del buen hombre que posa sus ojos en ella.

No hondaremos más, pues a la postre veríamos nuestras intensiones abandonadas en el frenesí de las controversias, mas nuestro apocado propósito sólo intenta hallar en plasmado figurín las cualidades estéticas que cual producto de la más querida de todas las artes, la pintura es.

Pues bien que la talla ha de ser no poca cosa pues de aproximadamente dos varas, los ayates no se enmarcan, mas hechos a la medida del indio que los utilizare en lindante a ciento cincuenta centímetros de alto debiéramos pensar.

Definitivamente un icono inusitado para las memorias de los peninsulares que la viesen pues al más puro estilo iconográfico del oro resplandeciente, el sol a sus espaldas nos brilla en mandorla. Unidad en color quizá por originalidad o por las manos que a través de los años borraron lo que hasta hoy imaginamos rosas de castilla a su alrededor; dotan de centro al ojo observador, el cual inamovible queda hipnotizado por un rostro sereno apoteósico. Dos líneas doradas obligan a abandonar la mirada caída para bajar al margen de un manto que con un verde óxido de cromo, nos trasporta más a un verde imagino-radioactivo pues contiene más de una constelación aparejada a una espalda que no vemos pero que está ahí, insinuándonos que nunca la veremos; de cualquier forma la túnica que en antaño debió intensificar el carmesí ahora apaga nuestras intensiones de salir del lienzo y nos devuelve la inspección a norte, donde manos apacibles pero quebradas nos dirigen al rostro.

Es necesario y obligado romper el amartelado para ir a la zona baja donde una luna negra y un querubín ataviado en roza nos reciben inesperadamente para romper el orden cromático de la composición, y llevarlo al extremo por un tricolor alero de la creatura celeste. Podríamos pensar en un error estilístico mas al echar atrás los pasos y volver a mirar el conjunto, aquellos dos elementos inferiores están dispuestos tan en arco invertido que hacen eco perfecto de lo que para este momento es sin duda una unidad en equilibrio.

Así pues, el cuadro sumiso y austero nos invade en concentración y formato, nos tranquiliza en color y nos deslumbra en intensión, pues minimalista de composición logra inundar las sensaciones del espectador y llevarlo a un milagro más bien de tipo plástico.

Felicitación al creador del nombrado lienzo, de donde quiera que su merced viniese pues ha logrado lejos de intención divina llevar a buen término una obra que por sus cualidades y méritos, tiene por sí sola la bendición de aquel que aprecia la estética de llamarse “Una Obra de Arte”.

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